jueves, 16 de febrero de 2012

Eva y Marcos.

Así se llamarían. Eva y Marcos. Y estarían allí, en ese momento y en ese lugar aquella mañana. Sería el primer día de colegio de Marcos, y estaría bastante nervioso, olvidaría atarse los cordones de sus minúsculos zapatitos que con tanta ilusión aprendió ha atarse ese mismo verano. Serían las 08:30 de la mañana y su padre lo esperaría, llamándolo a gritos desde el recibidor de su casa, con la puerta de la calle entreabierta, y sujetaría con la mano derecha una pequeña bolsita con el almuerzo de Marcos, mientras que con la izquierda se apoya en la tira de una especie de mochila entubada que lleva colgada a la espalda, y donde guarda sus nuevos planos de lo que será la nueva casa de alguien importante.


Marcos ya sale, y ambos se despedirían de mamá, aunque no de la misma manera: con un distraído beso en la mejilla y un profundo aunque rápido beso en el labio inferior. El salón quedará vacío, con un silencio sepulcral y dejando entrar lentamente los primeros rayos de sol que atravesarán el cristal del gran balcón. Haría una mañana espléndida y agradable, algo que llevaría a mamá a pensar, tan solo por un instante, en volver a echarse a la cama, tras un madrugar dedicado a sus adorables. Pero mamá ya no estaría sola en casa, no como hace unas semanas, ni podrá regocijarse en la cama como tanto le gusta hacer (porque a mamá siempre le ha gustado mucho la cama), ahora está Eva, lo está dos semanas atrás, y los días de descanso se han acabado.


Serían, ahora pues, cuatro personas las habitantes de esa casa. Ellos, los que darían vida a Marcos y Eva, nunca dejarían de amarse, siempre lo han echo y siempre, siempre lo harían.


Pero Marcos y Eva no existen aún....

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